21 de ABRIL 2014
Entrevista a Gabriela Villalonga por María de los Ángeles Sanz
Gabriela Villalonga es actriz, directora,
maestra & psicóloga social (Primera Escuela de Psicología Social
Dr. Enrique Pichón Riviere). Se formó con maestros tales como: Carlos
Lagos, Beatriz Matar, Carlos Gandolfo, Alberto Ure, Osvaldo Saidón y
Tato Pavlovsky. Como actriz, sus últimos trabajos fueron: La Mejor
Solución, escrita y dirigida por Hernán Morán; Entrenamiento
Revolucionario y Monoparental escrita y dirigida por Gabriel Virtuoso;
Detrás de la forma, escrita y dirigida por Alfredo Martín (espectáculo
que participó en el 2012 en el X Festival Internacional Gombrowicz en
Polonia). Es profesora de Integración de Grupos en Andamio 90; Profesora
de Teatro en “Los Andes” (Espacio de la Secretaria de Extensión
Cultural de la CABA, continuación de la Sala Alberdi del Centro Cultural
San Martín) y en otras instituciones tales como El Tadrón y El
Desguace; es profesora de teatro en Casa Flores perteneciente al
Gobierno de la Ciudad y en INTEGRA (ambas instituciones trabajan en
tratamientos de las adicciones); Trabaja en Integración Comunitaria en
la Escuela Secundaria Miguel Hernández. En el ámbito de la salud mental
trabajó en clínicas psiquiátricas y para el tratamiento de las
adicciones (Témpora, Encuentro, Cuidados Continuos, Clínica Santa.
Teresa de Ávila). Como actriz, formadora de actores y coordinadora de
grupos su palabra a la hora de integrar poéticas y géneros diversos es
una palabra autorizada. Sus trabajos son tan disímiles como los que
encara ahora como actriz en dos puestas, una que proviene de la
literatura Díptico Kafkiano, y otra que aúna a dos dramaturgos de siglos
diferentes como Federico García Lorca y Molière, Doña Rosita y el Don Juan.
¿Cómo se conjuga desde la poética actoral, dos trabajos desde estéticas tan diferentes?
Durante los ensayos, los actores,
actrices, nos apropiamos del lenguaje de cada obra, de cada personaje.
Son intensidades diferentes, ritmos, velocidades, contornos corporales
que surgen en la investigación. Creo que es importante entrenarnos para
lograr la disponibilidad necesaria para que esto suceda.
¿En cuál te sentís más cercana al personaje, más identificada con el relato?
En Díptico Kafkiano hago dos personajes:
en La Metamorfosis, interpreto a una investigadora de Kafka, me divierte
la posibilidad de desplegar, con el público, conceptos especializados
en el mundo simbólico del escritor checo; en El Proceso, me pongo en la
piel de la Sra. Grubach y lo que más me fascina de esta parte del
trabajo es el juego que se abre, con ella, para atravesar diferentes
emociones. En Doña Rosita y el Don Juan, soy Rosita, un verdadero
desafío porque tengo que trabajar, en los sucesivos actos, el paso del
tiempo en el personaje. De todos modos, para mí lo más exigido y
cautivante de ésta interpretación es el encuentro con Don Juan. El, su
enamorado, es literalmente de otro mundo. Durante el desarrollo del
espectáculo, Rosita se desliza desde Federico García Lorca hasta Molière
en un intenso recorrido que, a la vez, inaugura un mundo otro,
distinto. Ella se cristaliza en una espera estoica, cuyo objeto de amor
es nada menos que el Don Juan.
Los dos textos trabajan partiendo
de materiales diferentes, uno proviene de la literatura, el otro de la
dramaturgia, según tu punto de vista, ¿cuáles son los problemas a la
hora de llevar un texto no dramático al escenario?
Cuando se parte de un material literario,
pienso que el primer y principal trabajo es su adaptación a una
convención teatral. Este proceso es sumamente creativo, de producción de
sentido con y desde las escenas, las actuaciones y el conjunto.
¿Cómo se comunican a la hora de la actuación los roles de pedagoga y viceversa?
Hay un marco o encuadre del trabajo que,
además de contener a los hacedores del acontecimiento teatral, nos
orienta en cuanto a roles y distribución de las responsabilidades.
Cuando me convocan para actuar, confío en la mirada del director. La
experiencia compartida potencia el vínculo. Puedo hacer algún aporte,
mientras tiendo a estar permeable a las consignas del director.
¿En el trabajo con los grupos, te interesa más la creación colectiva, o un trabajo a partir de un texto dramático?
Trabajo mayormente con textos de autor.
El diseño grupal es en relación a éstas obras, con las que exploramos
diferentes técnicas para la actuación. A lo largo del transcurso del
año, cada grupo selecciona la obra que más le interesa realizar y
organizan todas las condiciones necesarias para presentarlo al público
(Funciones, Sala, entre otros). Son ellos mismos los que le van dando
forma y contenido al hecho teatral que protagonizan. Mientras
experimentan diferentes técnicas, construyen a la vez su propia estética
identitaria, se constituyen en una compañía de teatro.
¿Qué recursos se ponen en juego a la hora de interpretación de autores clásicos como Molière?
Pienso que los recursos son siempre
personales, subjetivos: lo que uno conozca sobre la producción del
autor, la sensibilidad a la hora de incorporar ese lenguaje. La
disponibilidad para aprhender los climas de las escenas, de habitar los ”
paisajes ” que propone el dramaturgo. Cuanto mayor sea la exploración
de lo imaginario, más allanado estará el camino para la creación; la
técnica y la experiencia están para hacernos compañía.
Doña Rosita y El Don Juan / Lorca y Molière en el siglo XXI

Doña Rosita y El Don Juan
Versión libre de
Rodrigo Cárdenas por
La Compañía Teatral “Farolito”
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles SanzVersión libre de
Rodrigo Cárdenas por
La Compañía Teatral “Farolito”
Dos textos paradigmáticos de la
dramaturgia de todos, dos clásicos que al reunirse no sólo cruzan
poéticas sino siglos de teatro, y que abordan, cada uno a su manera, el
tema de la mujer y el amor. Lorca y Molière en una versión libre que los
reúne en una puesta que tiene el drama del primero, y el juego, la
musicalidad que proponía el segundo en sus comedias. Rosita que el
tiempo convierte en Doña, Inés que también portará el mismo título,
ambas dejadas libradas a un destino de soledad porque el centro de su
deseo, el objeto de su vida, la razón y el ‘deber ser’ que se les
impone, está determinado y no debe ser transgredido. Rosita en una
espera inútil, Doña Inés, en un renunciamiento tan estéril como la
espera de la primera, son mujeres que no eligen su destino sino que éste
es el que los demás construyen para ellas, y del que no pueden o no
quieren escapar. Del otro lado, el centro de su pasión, Don Juan, el
eterno enamorado, o el primo que será desde la distancia quien mantendrá
por años la ilusión de un casamiento, finalidad única de la vida de
Rosita. En el espacio del teatro Payró y bajo la dirección de Rodrigo
Cárdenas, la Compañía Teatral Farolito, presenta una versión libre de
las dos piezas y cruza en intenciones y tiempo a dos personajes que a la
vez son también íconos de sus épocas. En un escenario que está
atravesado verticalmente por flores de madera calada, que le dan una
imagen de cielo cálido pero a la vez de estética barroca, los personajes
de Lorca y los de Molière establecen un vínculo de amor y desamparo.
Con música de cajón en escena para recrear el imaginario andaluz, tierra
de cobijo y ahogo para Rosita, se desplazan en coro el resto de las
figuras, los tíos complacientes, la criada, las Manolas, las amigas
solteronas, y el sirviente de Don Juan (Marcelo Frasca), típico
representante de la Comedia del Arte, género que incorporó el dramaturgo
francés en muchas de sus obras. La puesta tiene entonces no la gravedad
y el dramatismo de la pieza lorquiana, sino un ritmo ligero, y
gracioso, que llevan adelante con certeza los personajes de Rosita
(Gabriela Villalonga), el ama (Nelly Queirola), en sus apartes, y en los
interesantes retruécanos que mantiene con el personaje de la tía.
(Antonia de Michelis), las intervenciones del criado, y el resto de los
personajes cuando desde el baile dejan correr la pasión de la música
andaluza en los pies. La mirada final de la pieza, entonces es el guiño
cómplice de una Rosita que nos anuncia una mujer que no se dejará atar
por pesadas convenciones. La figura de Lorca (Ramiro Cárdenas) en el
escenario, como un personaje narrador nos lleva por los caminos de su
biografía literaria, y nos recrea con una mirada fantasmal un imaginario
lejano en el tiempo. En el amplio espacio escénico, todos los
personajes se desplazan con libertad, entradas y salidas dinámicas que
permiten sostener el ritmo interno de la obra. Otro acierto es el
cantaor en el centro hacia atrás junto al músico, subrayando el discurso
verbal de los numerosos personajes. Aunque, por momentos, se pierden
los movimientos y la gestualidad de la bailaora, quizá sea un efecto
buscado, los pocos elementos crean un clima casi onírico entre Lorca y
Molière. Si bien solo son algunos los altibajos en las actuaciones es
necesario destacar a Gabriela Villalonga, Nelly Queirola y Antonia de
Michelis que con ductilidad y gracias crean a sus personajes. Un relato
barroco, dos centros, dos grandes escritores separados por más de 2
siglos y una puesta en escena que no fusiona a estas dos obras clásicas
del teatro universal sino que construye una historia diferente que se
materializa a partir de la particular mirada de Rodrigo Cárdenas.
Ficha técnica: Doña Rosita y El Don
Juan versión libre de Rodrigo Cárdenas. Elenco: Gabriela Villalonga,
Jorge Schwanek, Nelly Queirolo, Antonia de Michelis, Gabriel Virtuoso,
Marcelo Frasca, Gabriela Moreno, Paula Casabona, Andrés Cataldo, Tina
Ottaviano, Lucía Lipsich, Sofi Cristi, Ramiro Cárdenas. Música en vivo:
Leandro Valman. Cantaor: Fernando Gaba Theuler. Bailaora y Coreógrafa:
La Moreno. Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Realización
escenográfica: Verónica Grau. Realización de vestuario y maquillaje:
Geraldine Valeriani, Fernando Gaba Theuler. Iluminación: Gastón Díaz.
Diseño gráfico y Fotografía: Carolina Erbes. Impresión gráfica:
Redprint. Video: Armando Doria. Producción Ejecutiva: Marisa García, Del
Tomate S. A. Producción Comercial: Babel Producciones. Música de Sala:
“Secreto de mi amor” de y por Mariana Kesselman. Asistente de dirección:
Diego Iglesias Fernándes. Dirección: Rodrigo Cárdenas.
Díptico Kafkiano
Díptico Kafkiano
Franz Kafka /Alfredo Martín
El dolor del diferente
Franz Kafka /Alfredo Martín
El dolor del diferente
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
Hablar del peso específico de la
narrativa de Kafka es casi una tautología, pero cuando nos encontramos
con su escritura creativa puesta como hipotexto de una puesta en escena
que la revaloriza profundizando su semántica no podemos dejar de
mencionar la mirada, la percepción aguda de un autor que tenía sobre el
tiempo que le tocó vivir una lucidez dolorosa. Envuelto en más de un mal
entendido en su vida, la sociedad se le presentaba como una ajeneidad
que lo asfixiaba sin comprender ni ser comprendido. El oscuro mundo de
la burocracia estatal, la desconfianza sobre aquellos que no se adaptan
al statu quo, y el peligro de no saber cuál es el castigo posible, ni
porque causa es recibido, son constantes en una escritura que exorcizaba
los demonios y daba cuenta de un camino sin salida, donde la inocencia
era un grado más hacia la culpabilidad. Los textos que conforman el
díptico tienen la particularidad de abrir y cerrar el ciclo de un
pensamiento profético en la Europa de principios del siglo XX; textos en
los que aparece la sociedad de su época en su función arrolladora sobre
el ser humano, privándolo de una subjetividad que se empeña en destruir
para convertirlo en el hombre masa capaz de aceptar con indulgencia los
mayores crímenes sobre él.
Toda su obra nos parece autobiográfica:
Kafka es el hijo de la carta al padre, Kafka es Samsa, Kafka es K, Kafka
encarna como ningún otro hombre al engranaje anónimo de la maquinaria
burocrática, al soltero virginal, al sedentario temeroso de toda
corriente de aire, de todo viaje por nimio que fuere, de toda violencia
proferida contra toda criatura (la vida misma parece una violencia en
él) (Juan Forn, 2005, 5)
Como en puestas anteriores en Díptico
Kafkiano Alfredo Martín como director trabaja con elencos numerosos que
dispone en escena con maestría. El uso del espacio escénico, que en este
caso se abre al espacio escenográfico mediante la voz de los personajes
narradores, los investigadores del relato, guarda para la mirada del
director en cada momento de la acción una funcionalidad sincrónica. Un
locus dividido en dos, que será sala de estar o dormitorio, oficina o
sala del juzgado según el relato lo precise; donde los personajes se
mueven desde el centro hacia los laterales, amplificando la impronta de
lo narrado desde un adentro que se expone, y un afuera, una extraescena
que se sugiere. La elección de textos narrativos llevados al teatro, es
otra de sus características, a la que como espectadores nos tiene
acostumbrados. En este caso La metamorfosis (1915) y El Proceso (19251)
son las textualidades elegidas para construir una estructura dramática
que no se contenta con el relato lineal que de cuenta de las intrigas,
sino que buceando en el nudo fundante de los mismos, pase su punto de
vista por él y allí profundice un trabajo que mantiene una tensión
dramática a partir de la actuación y del juego eficaz de los demás
signos que intervienen en el texto espectacular: vestuario, iluminación,
sonido. La primera obra fue escrita después del estallido de la Gran
Guerra, mientras la segunda pertenece al período de entre Guerras. Es
este estado de despersonalización y de deshumanización –surge la idea
del soldado desconocido y después la experiencia de las trincheras
produjo un hombre desilusionado con una fuerte manifestación de
deterioro físico y psíquico- que la puesta en escena crea ante nuestra
atenta mirada. En la escenografía el color gris metálico se impone –
altas puertas, líneas rectas – como si fueran tanques de guerra en la
línea de fuego; mientras la música atonal irrumpe remarcando la relación
entre los personajes carentes de todo armonía. El espacio escénico
produce la encadenación necesaria entre ambas obras, por un lado, y las
muy buenas actuaciones, por otro, nos permiten abrevar en el inacabado
universo kafkiano, Con solvencia cada actor/actriz le da cuerpo a estos
personajes atormentados, algunos tratando de mantener los residuos de
belle époque y otros sumergidos en la incertidumbre y el desosiego.
Pero, es imposible no mencionar el trabajo corporal Iván Vitale en un
Gregorio Samsa que nos resulta repulsivo y que se arrastra como un
deforme insecto que no pertenece a ninguna especie:
Al despertar Gregorio Samsa una mañana,
tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un
monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su
espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su
vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia
apenas podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de
escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente
escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas,
ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.
(Kafka, 2005,71)
La tensión corporal desde los dedos de
los pies, el sudor a flor de piel, la mirada vacía y los movimientos
convulsionados dan cuenta de la bestialización y de la mecanización del
ser humano. Si los dípticos necesitan ser construidos con materiales que
permitan el pliegue del mismo, Díptico Kafkiano es una obra teatral que
no acepta dobleces sino que, por el contrario, se despliegan como dos
textos espectáculo que al cambiar de soporte tienen un plus extra a
partir de la aguda mirada y del particular estilo de Alfredo Martín.
Dramaturgia: Alfredo Martín, sobre el
cuento La Metamorfosis y la novela El Proceso, de Franz Kafka;
Intérpretes: Iván Vitale, Daniel Goglino, Victoria Rodriguez Montes,
Rosana Lopez, Cinthia Demarco, Gabriela Villalonga, Mariano Scovenna,
Eduardo Perez, Brenda Margaretic, Pablo Mingrino, Gustavo Reverdito,
Nicolas Fabbro y Eduardo Peralta, Musicalización: Mariano Schneider
Madanes; Ejecución de Instrumentos: Mariano Schneider Madanes y Cinthia
De Marco; Escenografía: Alejandro Mateo; Realización Escenográfica:
Cinthia Chomski; Vestuario y Realización de Objetos: Ana Revello;
Iluminación: Leandra Rodriguez; Diseño Gráfico: Gustavo Reverdito;
Fotografía: Daniel Goglino; Asesoramiento corporal: Armando Schettini.
Asesoramiento Artístico: Marcelo Bucossi; Asistencia de Dirección: Iñaki
Bartolomeu; Puesta en escena y Dirección: Alfredo Martín.
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